“Señor mío y Dios mío”, sí pero…

Por tradición en ciertas culturas hispanas se conservó la costumbre que existía antes de Vaticano II de pronunciar audiblemente una oración durante la elevación del Cuerpo y la Sangre de Cristo durante la consagración.

La primera proclamación de la divinidad de Jesús fue la que hizo santo Tomás cuando profesó públicamente que Jesús era Dios al exclamar: ”Señor mío y Dios mío”. Por eso esas mismas palabras son una expresión muy apropiada para el momento de la oración eucarística cuando el Pan y el Vino consagrados son elevados. Pero aunque son muy adecuadas, deben decirse en silencio, porque las normas litúrgicas nos piden que nosotros contemplemos al Señor, la divinidad del Señor, en silencio.

La Conferencia Episcopal de México, como un ejemplo, instruye a los fieles mexicanos: “y durante la elevación del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, los fieles participan arrodillados, sumidos en un intenso silencio de adoración, de agradecimiento, de admiración ante la presencia real por autonomasia”.

Algunos grupos o sacerdotes invitan a los fieles a hacer un acto de amor para Dios durante la elevación. Muchos escritores espirituales sugieren usar esas palabras de santo Tomás, pero la tradición y la liturgia nos dicen que se oran silenciosamente cuando el sacerdote eleva la Hostia y el Cáliz.

Ningún fiel está obligado a hacerlo pues es una devoción enteramente personal. Todos los fieles tienen el derecho de adorar, agradecer y admirar a Cristo presente y real en un intenso silencio como nos pide la Santa Iglesia hacerlo. Cuando se expresa esa devoción personal en voz audible no se permite que nuestros hermanos puedan adorar, agradecer y admirar en silencio; se impone en ellos esa devoción personal. Cuando prevengo a un hermano de participar en la Santa Misa de acuerdo a como nos pide la Iglesia, es una acción egoísta, y al separarme de esa manera dejo de estar en comunión con los demás hermanos.

Las Instrucciones al Misal Romano nos dicen que por encima de nuestros deseos y devociones personales debemos de tener un mismo actuar, tanto en palabra como en acción. Si la Iglesia nos pide que guardemos silencio, si nuestros hermanos guardan silencio, respetemos las normas y mantengamos la unidad, la comunión, orando esas palabras, tan apropiadas, en un profundo silencio.